Reordenación neuronal...

Después de unas cortas pero intensas fallas (soportadas duramente gracias a la ingesta de alcohol y buñuelos caseros) llegó el ansiado momento de evadirse de la ciudad. El nivel de contaminación humana que se puede alcanzar en esos días requiere una posterior rehabilitación, aunque muy pocos se dan cuenta de la necesidad de tal hecho. Si tal rehabilitación se pospone una vez tras otra puede darse el caso de que se desvanezca incluso el apego a la vida, con la consecuente sensación de ser viles máquinas que ven pasar los días funcionando gracias a la inercia, y que cierto día dejan de intentar cambiar la razón de su existencia que, al fin y al cabo, no es otra más que la supervivencia.
¿Y a qué viene todo esto? Pues a que me he pasado cuatro días viviendo en un pueblo perdido entre las montañas y lo que más he odiado es tener que volver a la ciudad, donde el cielo devuelve de vez en cuando, en forma de lluvia turbia, toda la mierda que le mandamos segundo tras segundo. Un día cualquiera me pondré un taparrabos y me mudaré al monte, bien lejos de la "civilización", donde no me haga falta autopsicoanalizarme escribiendo cuatro palabrejas en un blog...
Arriba dejo una prueba gráfica de uno de los bellísimos lugares que he pisado estos días...

Nenuco pikachufílico...

El título no deja lugar a dudas...
Si mezclas un par de muñecos, a ser posible que uno de ellos sea luminoso y musical a modo de burdel japo, y toneladas de alcohol, y nocturnidad, y risas, y pensamientos absurdos, el resultado no puede ser otro más que el que podéis ver en el vídeo. Esto es una especie de "Toy Story". Es un ejemplo de lo que hacen vuestros muñecos cuando los dejáis solos. Sólo que en este caso su comportamiento se ha visto afectado a causa del uso de estupefacientes, con el consecuente desmelene ante presencia humana.
Cuidado con vuestra sensibilidad, pues puede quedar profundamente dañada...

Procesionaria del pino...

Señoras y señores...
...en un intento desesperado por encontrar inspiración viajé conmigo mismo a los más recónditos bosques valencianos, adentrándome en sus entrañas armado con un bastón (que evitó mi muerte en repetidas ocasiones) y con una mochila que precariamente preparé, y que olvidé cargar de víveres. Así que, sin más herramientas que un boli y una libretita, me dispuse a dar rienda suelta a mi cerebro para que ordenara a mi mano escribir cuanto se le antojara, rodeado por un silencio extrañamente sepulcral. Iluso de mí: al rato me veía conduciendo de vuelta a casa, y con más hojas blancas en la dichosa libretita de las que de por sí disponía en un primer momento. La soledad de aquella mañana me había estado dirigiendo constantemente hacia nidos de gusanos encaramados a los pinos, nidos de gusanos irremediablemente repugnantes, y que ahora luchan como feroces hordas por convertirse en mi fuente de inspiración, una fuente de aguas tristes y amargas...
Parece una rebuscada analogía de la vida, y no descarto que sea válida. Así que por el momento iré rociando mi cabeza con fli-antiparásitos, que nunca me gustaron los gusanos...




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