Después de unas cortas pero intensas fallas (soportadas duramente gracias a la ingesta de alcohol y buñuelos caseros) llegó el ansiado momento de evadirse de la ciudad. El nivel de contaminación humana que se puede alcanzar en esos días requiere una posterior rehabilitación, aunque muy pocos se dan cuenta de la necesidad de tal hecho. Si tal rehabilitación se pospone una vez tras otra puede darse el caso de que se desvanezca incluso el apego a la vida, con la consecuente sensación de ser viles máquinas que ven pasar los días funcionando gracias a la inercia, y que cierto día dejan de intentar cambiar la razón de su existencia que, al fin y al cabo, no es otra más que la supervivencia.
¿Y a qué viene todo esto? Pues a que me he pasado cuatro días viviendo en un pueblo perdido entre las montañas y lo que más he odiado es tener que volver a la ciudad, donde el cielo devuelve de vez en cuando, en forma de lluvia turbia, toda la mierda que le mandamos segundo tras segundo. Un día cualquiera me pondré un taparrabos y me mudaré al monte, bien lejos de la "civilización", donde no me haga falta autopsicoanalizarme escribiendo cuatro palabrejas en un blog...
Arriba dejo una prueba gráfica de uno de los bellísimos lugares que he pisado estos días...
Arriba dejo una prueba gráfica de uno de los bellísimos lugares que he pisado estos días...